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EL PERRO, LA CADENA Y OTRAS IDEAS MÁS

En su alegoría de la caverna, Platón trata de explicarnos la diferencia entre lo que sabemos y lo que creemos saber. Fue él quien sacudió los cimientos de la filosofía, la ciencia que ya respondió muchas preguntas pero le faltan otras tantas.


Se llamaba Arístocles de Atenas, pero paso a la historia como Platón, que significa “el de anchas espaldas”. Fue uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos, y tuvo el extraño de “privilegio” de asistir, como discípulo de Sócrates, a uno de los momentos cumbres de la historia de la filosofía: ese en que su maestro fue obligado a beber la cicuta, acusado de corromper a los jóvenes y de plantear un sistema filosófico contrario a los principios de la polis.


La mirada platónica del mundo sobrevivió durante siglos a través de su obra y de la influencia que ejerció sobre algunos filósofos contemporáneos, sobre todo Aristóteles.


Platón nació en 427 o 428 a.C. en una familia noble y tuvo la mejor educación que se podía tener en su tiempo. A los veinte años conoció a Sócrates, por entonces de sesenta y tres, de quien fue alumno hasta el día de la cicuta.


Originariamente pensaba dedicarse a la política pero, según narra en una de sus obras, al sumarse al gobierno comprendió que allí, lejos de acometerse la búsqueda de la justicia, se cometían más crímenes que lo que consideraba tolerable. Al cambiar el gobierno recuperó las esperanzas, pero una vez más quedó decepcionado al ver que los recién llegados condenaban a su maestro, Sócrates. Entonces, decidió que no había en la política nada que él apreciara o valorara y, como amigo y discípulo del condenado, se refugió en Megara. Luego viajó por Egipto, Cirenaica y quizá otras ciudades, donde se reunía con los pensadores locales.


En 388 a.C. llegó a Sicilia, de donde fue expulsado, su barco capturado y Platón hecho esclavo hasta ser finalmente rescatado. De regreso a Atenas fundó la célebre Academia, la primera escuela de filosofía organizada, que condujo durante 20 años. Hizo otros viajes a Sicilia buscando un régimen más justo, pero siempre volvió frustrado a Atenas, donde murió en 348 o 347 a.C.


Lo interesante de Platón es que de alguna manera consiguió resolver las dificultades que torno de las que giraba toda la filosofía griega desde hacía dos siglos: el cambio y la observación. Los filósofos naturalistas (como Tales de Mileto) habían tratado de explicar el mundo, o sus fenómenos, apelando a las causas físicas o mecánicas, pero como bien le hicieron notar filósofos como Parmenides o Zenon de Elea, los sentidos y la observación no son para nada fiables, y el único camino es el de la razón, que se piensa a sí misma, o en las verdades de la matemáticas, que están mas allá de toda empiria. Pero de esta manera, también la investigación se paraliza, ya que queda restringida a las matemáticas y, eventualmente, a la lógica, esto es, a ciencias que nada tienen que ver con la empiria.


¿Cómo salir del dilema? Platón lo hace postulando que hay dos mundos, no uno. Está el mundo del devenir, el que vemos con nuestros sentidos y que es todo cambio y confusión, pero que no es sino la proyección de otro, que se alcanza mediante la razón, donde habitan las ideas, de las que las cosas de este mundo no son sino copias imperfectas.


Lo expone maravillosamente en la alegoría de la caverna. En ella parte del principio de que los hombres vivimos como si estuviéramos encadenados en el interior de una caverna de espaldas a su entrada. Fuera de la caverna hay un fuego; cada vez que entre el fuego y la boca de la caverna cruza alguna figura, por ejemplo un perro, en el interior se ve una sombra que tiene algo que ver con lo que realmente pasó pero que es sólo una sombra y no un perro real. Es el equivalente de esas sombras lo que percibiremos siempre a menos que rompamos las cadenas que nos mantienen atados e imposibilitados de mirar directamente lo que ocurre fuera de la caverna. Es decir que el conocimiento sensible da resultados provisorios, confusos y diferentes según cada individuo. Cada hombre ve “un” caballo determinado, pero no puede ver la “idea” de caballo que lo determina y forma. Aquellos que se aferren al caballo que ven, se perderán de comprender las esencias, lo verdaderamente relevante del mundo. De esta forma, Platón resuelve el problema: mientras las ideas sólo se captan mediante el intelecto, que provee el verdadero conocimiento, las sombras que se proyectan sobre el mundo nos permiten empezar a conocer tenuemente.


Aquí, naturalmente, hay un problema. Pero eso, sigue siendo asunto de la filosofía.



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