PATERNIDADES
Truman Capote pasó a la historia como el creador del género de novela de no ficción, tras la publicación de su genial obra A sangre fría. Sin embargo, en estas pampas Rodolfo Walsh ya había publicado Operación Masacre casi una década antes.
La gráfica, como soporte periodístico más antiguo, ha debido reinventarse a lo largo de su historia para competir con los medios de comunicación emergentes. Lo hizo con la radio, la televisión y hoy con Internet y sus decenas de herramientas para contar una noticia. Hacia los 60, la aparición de la TV y los numerosos diarios y revistas circulantes pusieron al periodismo escrito en la búsqueda de nuevas formas de narrar las realidades para que no pasaran inadvertidas. Nacía, entonces, el nuevo periodismo, que adoptó a la novela de no ficción como uno de sus instrumentos predilectos.
La hegemonía cultural de los países del norte instaló la idea de que Truman Capote fue el primer periodista en crear el género con la publicación en 1965 de A sangre fría. Sin embargo, antes de sucederse los crímenes que el estadounidense relató en su libro, Rodolfo Walsh había publicado, entre 1956 y 1957, Operación Masacre. Los criterios caracterizadores de la novela de no ficción se aplican a sendas obras, por lo que en estos términos y en los cronológicos no hay lugar para la discusión sobre paternidades.
Veamos: tanto Walsh como Capote emprendieron una rigurosa investigación que les permitió recrear los acontecimientos y personalidades de los protagonistas de manera precisa. Los reportajes fueron plasmados en relatos que, si bien incorporan recursos literarios como metáforas, proposiciones ornamentadas, ritmos tensos y distendidos, nunca faltan a la verdad. “No hay un solo dato importante en el texto de Operación Masacre que no esté fundado en el testimonio coincidente de tres o cuatro personas, y a veces más. En los hechos básicos, he descartado implacablemente toda la información unilateral, por muy sensacional que fuese. Es posible que se hayan deslizado intrascendentes errores de detalle, pero el relato es básicamente exacto y puedo probarlo ante cualquier tribunal civil o militar”, prologaba Walsh su libro.
A sangre fría, al igual que la crónica sobre los fusilamientos en un basural de José León Suárez, es la narración de una historia que ocurrió, pero que no había sido contada; sorpresiva por lo verídica, pero fantasiosa por lo cercana. No era la primera vez que dos ladrones mataban a una familia, ni tampoco que una dictadura asesinaba opositores; no obstante, era de las primeras veces que algún periodista registraba esos hechos exhaustivamente.
Existen algunas explicaciones más determinantes, quizá, que el colonialismo cultural del norte para explicar por qué Operación Masacre fue reconocida como novela de no ficción después que el titulo de Capote. La más importante se vincula con las condiciones políticas en las que el argentino debió publicar su trabajo. A punta de pistolas libertadoras y luego de una búsqueda errante de editores, Walsh divulgó su entrevista con Juan Carlos Livraga, el “fusilado que vive”, en el diario Propósitos a fines de 1956. Entre enero y abril del año siguiente, Revolución Nacional sacó a la calle las entrevistas con más sobrevivientes. Hasta que recién en mayo, el semanario Mayoría imprimió durante nueve números la novela completa, titulada Un libro que no encuentra editor.
Capote no sólo contó con el aparato de difusión editorial, sino también con el prestigio que el coqueteo con la alta sociedad neoyorquina le otorgaba. El niño mimado se autodefinía artista, después escritor, por último periodista. Tal vez aquí resida otro de los motivos por los que al género sui generis se lo considero literario (novela de no ficción) y no periodístico. Walsh podría haber sido, para el caso, el creador indiscutido de la investigación periodística novelada.
En definitiva, el argentino eligió la prosa periodística como medio en la búsqueda de la verdad como compromiso social. Capote, en cambio, volcó todo su potencial artístico para contar del mejor modo una historia para cuya resolución no aporto nada. Una estructura ordenada fue privilegiada en un caso, una vanidosa en el otro. Una es más parecida a una crónica de diario, la otra mucho más lograda estéticamente.
Luego de publicadas ambas ediciones, Walsh investigó y escribió ¿Quién mató a Rosendo? y Caso Satanowsky, en los que, bajo el formato de novela de no ficción, denuncia los crímenes de la burocracia sindical y los amparados por las dictaduras militares. La producción que desarrolló Capote por su parte, fue escasa y algo escandalosa: en Féretros tallados a mano relata magníficamente una serie de crímenes que intento pasar por ciertos, pero nunca lo fueron.