HOMO INEXISTENTIS
Florentino Ameghino dedicó su vida a la ciencia e hizo miles de descubrimientos, pero el que lo iba a consagrar internacionalmente fue una equivocación memorable: a partir de cuatro huesos locos desarrolló la idea de que el hombre procedía de la pampa argentina.
Homo sapiens, Homo habilis, Homo ergaster, Homo faber, Homo ludens, Homo sacer, Homo videns, Homo globalis, Homo tecnologicus. La antropología, la ensayista alemana Hanna Arendt, el filósofo italiano Giorgio Agamben, el politólogo Giovanni Sartori y demás autores posmodernos forjadores de neologismos comparten el mismo ímpetu: particularizar una capacidad del ser humano para encontrar su esencia. La clasificación puede ser por su inteligencia, su aptitud con las herramientas, su adicción televisiva, su devenir global, su sumisión tecnológica. O meramente puede radicar en una cuestión geográfica como se le ocurrió a mediados del siglo XIX al gran paleontólogo y antropólogo argentino Florentino Ameghino cuando tuvo que bautizar a su más grande descubrimiento (que terminó siendo su más grande error): el Homo pampeanus.
Corría el año 1872 y los efectos de aquel golpe de timón ideológico que había provocado Charles Darwin con El origen de las especies trece años antes aun estaba en el aire y brotaban nuevas teorías. Las que más cotizaban eran las que rastreaban hasta el momento cero la aparición del lenguaje, el arte o el mismísimo ser humano en América.
Esta última inquietud ya la habían tenido los conquistadores europeos en el siglo XV cuando desembarcaron en las playas de América Central y encontraron que las tierras ya estaban ocupadas (recién en 1537 el papa Paulo III tuvo la gentileza de dictaminar que los mal llamados “indios” eran también seres humanos). ¿Pero de dónde habían salido? El escritor y experto bíblico Benito Arias Montano apostaba en 1570 que se trataba de los descendientes de dos tataranietos de Nóe. En El origen de los indios del Nuevo Mundo e Indias occidentales (1607), Gregorio García sugería que procedían de la Atlántida o de alguna oleada inmigratoria judía. Algunos ponían sus fichas en los fenicios, los vikingos o en asiáticos que habrían cruzado el estrecho de Behring.
Como no podía haber sido de otra manera, tales dudas llegaron a los oídos del autodidacta y oriundo de Luján, Florentino Ameghino (1854-1911), que años más tarde, luego de seis mil descubrimientos, se alzaría con el honorable título de “primer gran figura de la ciencia nacional”.
Con Darwin había concluido una época de especulaciones y empezado otra en la que la evidencia suplantaba al rumor y el fósil destronaba al mito. Bastaba hallar un hueso para levantar todo un edificio teórico. Para Ameghino la iluminación llegó cuando, junto a su hermano Carlos, recorriendo la provincia de Buenos Aires, dio con un fémur y una vértebra cervical en Monte Hermoso y otros huesos en Mercedes: creía completar el rompecabezas. A su entender, de las pampas argentinas no solo habían surgido los mamíferos sino el mismísimo ser humano, que desde allí se había esparcido por el planeta. Para Ameghino, el hombre había dado sus primeros pasos como Homo pampeanus.
Sus ideas debutaron en el primer Congreso Internacional de Americanistas, realizado en París en 1879, y luego condensadas en el libro La antigüedad del hombre en el Plata (1881). Allí presentaba su teoría: según Ameghino, en algún punto al comienzo del Cenozoico (hace 65 millones de años), un grupo de mamíferos hambrientos y errantes se vio forzado a erguirse sobre sus extremidades posteriores para explorar mejor el horizonte y encontrar alimentos, dando origen al precursor del hombre, es decir, al primer ser adaptado a la posición erecta. El paleontólogo lo bautizó Tetraprothomo argentinus, decidió que habría evolucionado en Triprothomo, Diprothomo platenses y finalmente el Prothomo pampeus (u Homo pampeanus), antecesor inmediato del hombre actual.
El revuelo que armó Ameghino fue tremendo: con unos pocos huesos sucios y corroídos había puesto a la Argentina en el epicentro de la historia del mundo.
Tan rápido como llamó la atención se derrumbo en el olvido. Uno de los verdugos del Homo pampeanus fue el antropólogo checo-norteamericano Alex Hrdlicka –autor de la hoy aceptada teoría del origen asiático del hombre americano – que en 1908 sentenció que los huesos en realidad pertenecían al último de los grandes periodos geológicos, la Era Cuaternaria. Estudios posteriores sepultaron aún más al hombre de las pampas: al parecer la vertebra pertenecía a una mujer piamontesa, el fémur a un carnívoro y el resto a huesos de monos americanos.
El árbol genealógico del hombre de cuño pampeano todavía no había echado raíces y ya había sido podado.