INSTANTÁNEAS DE LA CALLE
Cuando está en campaña, la política sale a la calle. Tiñe los muros de colores, fija las muecas de los candidatos en las avenidas, atraviesa grandes ciudades y pueblos perdidos con carteles y consignas, y suele vociferar sus promesas por altoparlantes.
Y esa actividad instala un clima, una temperatura ambiente que se va recalentando a medida que se achican los plazos para elegir. También, pone en circulación un vocabulario; palabras que se repiten hasta el cansancio, enhebradas en una retorica de la idea fija: seducir, seducir y ganar. Palabras que muchas veces son deseos, promesas, posibilidades o letra vacía.
Como en un eterno ritual, se usan términos fuertes: pueblo, verdad, democracia. También otros de menor densidad, pero igual de conocidos: partidos, candidatos, oposición, proyecto. Se apela a la historia, a las grandes mayorías, se enumeran logros y obras, se silencian pactos, contubernios, se critican sistemas, ideologías y viejas prácticas, se trafican necesidades y esperanzas.
Todo esto toma la calle, circula con la gente. Los ciudadanos responsables, los militantes políticos, los indiferentes, los opositores, los descreídos y los olvidados de siempre. Todos allí, con el comentario en la boca, discutiendo al paso, haciendo de la opinión el más popular de los deportes.
La política se respira en la calle. Pensarla es pensar el principio de la vida social, el vínculo que nos liga como ciudadanos y que le da forma al Estado, esa institución que, aunque resulte un cliché, una abstracción, somos todos.