QUEMÁ ESA CARTA
Una misiva escrita por Einstein en 1939 alertaba al presidente Roosevelt sobre la necesidad de desarrollar energía nuclear para combatir al nazismo. Seis años después, el Premio Nobel se arrepintió de haberla escrito.
Las mejores mentes del siglo XX dieron vida hace casi ochenta años al experimento más ambicioso de la historia, pero también al más humillante de toda la humanidad. El 2 de Agosto de 1939 Albert Einstein envió, junto a un grupo de destacados científicos judíos que se había refugiado en Estados Unidos, una carta al presidente Franklin Roosevelt para alertarlo sobre el avance del nazismo en tecnología nuclear.
Einstein, que había recibido el Premio Nobel de Física en 1921, advertía a Roosevelt sobre el atraso que Estados Unidos tenía frente a Adolf Hitler. Un año antes de la carta que llegó a la Casa Blanca, el científico alemán Otto Hann había descubierto la fusión atómica y las potencias iniciaron la carrera para alcanzar el conocimiento que les permitiera fabricar un reactor. Se iniciaba entonces la escalada nuclear que terminaría definiendo el rumbo de la política internacional por el resto del siglo. Sólo habría premio para el primero que alcanzara la meta.
A pesar de las alarmas que se encendían, Roosevelt no creía mucho en los temores de la comunidad científica y el Proyecto Manhattan no fue concebido como una prioridad para su gobierno: tuvo bajo presupuesto y no fue dirigido por un militar.
Hasta que los servicios de inteligencia detectaron una reunión crucial en esta historia. Se trata de la entrevista que tuvieron en 1941, en Copenhague, el alemán Werner Hiesenberg, que dirigía el programa nuclear nazi, y el danés Niels Bohr, que asesoraba al gobierno británico. Ambos científicos se conocían desde hacía muchos años y habían trabajado juntos en la tecnología atómica. Eran amigos y también mantenían fluidos contactos con Einstein. Y aunque no ha quedado registro de lo que se dijeron aquella tarde en la capital danesa que estaba tomada por los nazis, se sabe que esa entrevista cambiaría el curso de la humanidad.
Bohr, que había recibido el Premio Nobel de Física en 1932 luego de ser nominado por Einstein, se despidió de Hiesenberg y viajó a Estados Unidos para confirmarles a los aliados que Hitler estaba a punto de tener en sus manos la bomba nuclear. Esa información, junto al ataque de Pearl Harbor en diciembre de 1941, hicieron que Roosevelt reviera su decisión y diera un nuevo impulso al Proyecto Manhattan con la designación del coronel Leslie Groves al frente del programa y la conducción administrativa de Dupont y Kellogs, dos corporaciones que financiarán la construcción de la planta atómica.
A fines de 1942, Groves nombró a Julius Robert Oppenheimer, un profesor de física de la Universidad de California, para dirigir a un grupo de científicos europeos inmigrantes, que se dedicarían tiempo completo a la fabricación de la bomba. El laboratorio central se instaló en Los Álamos, en Nuevo México. Dos años más tarde la producción de uranio enriquecido comenzó a incrementarse y las primeras pruebas de una implosión dieron resultados satisfactorios. Y en marzo de 1945 la primera bomba ya estaba lista. El 16 de Julio de 1945, “Trinity”, nombre clave elegido, fue detonada exitosamente en Los Álamos.
Para entonces, los que trabajaban en secreto en el arma más mortal que el hombre haya creado solo tenían una preocupación: cuando usarla. Un mes después de haber controlado la tecnología y tener preparada la bomba, Hitler se había suicidado en su búnker y sólo Japón seguía en pie de guerra, pero no había ninguna duda de que en muy poco tiempo también iba a capitular.
Harry Truman, que había asumido la presidencia luego de la muerte de Roosevelt, recibió la confirmación de que la bomba estaba lista en medio de la Conferencia de Potsdam donde se había reunido con el soviético Joseph Stalin y el británico Winston Churchill para definir el futuro del mundo. En las afueras de una Berlín ocupada por los aliados, Truman decidió que el Proyecto Manhattan, que había nacido para vencer a Hitler, fuera utilizado para amenazar a Stalin en una Guerra Fría que estaba a punto de comenzar.
El 6 de Agosto, a bordo del avión militar Enola Gay, un genocidio llamado “Little Boy” fue arrojado sobre Hiroshima. Tres días después fue el turno de “Fat Boy” sobre Nagasaki. Se calcula que unas 220 mil personas murieron por el ataque directo y posterior radiación. Cuando se enteró de la trágica noticia, Einstein fue contundente: “Debería haberme quemado los dedos antes de escribir aquella carta”.