LOS MEDIOS
Promediando el siglo XX, la política amplio sus escenarios. La calle, los comités, las unidades básicas y los mítines le quedaron chicos. Masividad e inmediatez se convirtieron en sus premisas, había que llegar a todos en el menor tiempo posible.
En 1928, la radio entra en juego en la campaña, llevando a todos los hogares las voces de la política, la entonación, la oratoria y el énfasis de sus hombres y mujeres. Entonces, a partir de allí, el papel comenzó a oler a viejo y los diarios y revistas se tornaron insuficientes para la propaganda.
Pero definitivamente, nada fue igual a partir de la revolución audiovisual. La televisión recrudeció la intensidad de la escena política, amplió su espacio y lo desmaterializo; deshizo el contacto, el encuentro cara a cara entre ciudadanos y candidatos. Entonces la imagen fue el centro. Y la pantalla chica alcanzó la importancia de un actor más en la campaña, con poder para definir el alcance de la disputa política, contenerla, fabricarla, amplificarla y, por encima de todo, inventarla.
Para existir se torno indispensable hacerse visible, estar en la tele. De allí en más, todo fue diseñado a medida: los actos, los debates, las movilizaciones…
La política comenzó a maquillarse para las cámaras y fue retirándose de los espacios sociales de contacto y discusión, para convertirse en un espectáculo mediático que puede contemplarse desde un cómodo sillón y, en el mejor de los casos, con el compromiso de no dejarse tentar por el zapping.