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MÁS PROFETICO QUE NOSTRADAMUS

Internet debería haber sido inventada por Borges: es como el aleph, un punto que concentra todo el universo. O como la memoria de Funes, ilimitada. O como la biblioteca de Babel que contiene todos los libros que se pueden escribir.

Hay por lo menos tres cuentos de Borges que abordan clarísimamente el tema de la totalidad. Atencion, no el de la infinitud, sino el de la totalidad. El primero, naturalmente, La biblioteca de Babel, que contiene todos los libros de un cierto formato que se pueden escribir: el número es abrumador; la biblioteca no cabría en el universo, que resultaría infimo para guardar aunque sólo fuera el 0,000000000001 por ciento de los libros. Pero de todas maneras, no son infinitos libros. Pero la biblioteca los contiene todos: es total.

El segundo cuento es Funes el memorioso: tenemos allí un cerebro, o mejor dicho una memoria, que recuerda absolutamente todo; cualquier dato que perciban sus sentidos, cualquier pensamiento, cualquier intención es almacenada para siempre. Aquí sí cabe dudar sobre la infinitud; pero se destaca la totalidad: la memoria de Funes es total.


El tercero, sin dudas, es El Aleph, donde se puede ver el universo entero “y todos sus detalles”, incluyendo este artículo que ahora esta usted leyendo y cada una de sus letras, y cada uno de los píxeles que conforman esas letras en la pantalla. Otra vez: sin entrar en el problema de la infinitud, ese extraño objeto es también absolutamente total.


Por supuesto, Borges no podía avizorar internet, es posible que jamás haya estado siquiera cerca de una computadora, y desde ya, es seguro que jamás usó una. Sin embargo, ahora, con las pantallas a flor de piel, vale la pena reflexionar sobre las sensaciones de totalidad que produce ese novedoso y cotidiano fenómeno que llamamos internet.


Obviamente, los cientos de millones de páginas que pululan por la red tienen soporte físico –el “espacio virtual” como lo llamamos para resumirlo– y no podría no tenerlo; internet consiste en un número definido (aunque creciente) de bits, del mismo modo que la biblioteca de Babel consiste en un número definido de libros, o el cerebro de Funes un número enorme, pero finito de neuronas.


Sin embargo, a través de internet, se ha introducido, o se esta introduciendo paulatinamente en la cultura de todos los días, la punzante sensación de totalidad, la misma que inquieta cuando leemos Funes el memorioso o El Aleph. Hasta tal punto la introduce en la cultura diaria, que está cambiando los modos de trabajo, los modos de comunicación, la relación con libros y películas, con cuadros y objetos de arte y, más en general, con todos los aspectos de la cultura.


Aunque internet es finita (está limitada por el número de bits que puedan almacenar todas las computadoras del mundo), produce sensación de infinitud: es como si allí estuvieran todos los libros, todos los datos (verdaderos y falsos), como en la biblioteca de Babel, y concentrados en un único punto –la pantalla–, como ocurre con el Aleph.


Y la memoria. Un investigador estadounidense calculó que podía guardar todos los hechos de su vida, pero todos, sin escamotear el primer llanto o el más mínimo paseo, en unos cuantos miles de gigabites. Si multiplicamos por los siete mil millones de seres humanos que habitamos el planeta, resulta que con siete mil millones de millones de gigabites, se podría almacenar toda la memoria de todos. Y siete mil millones de millones de gigabites es un número inferior a la capacidad realmente instalada ya. ¿No se parece extrañamente a la historia de Funes y su memoria prodigiosa?


Borges, siempre Borges: ¿y acaso la aparición de alguno de sus metaobjetos en este mundo no se parece a la introducción de los conos de Tlön, que se puede leer en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius?


Lo cierto es que ese gran mecanismo fantástico –en sus dos sentidos– que es internet nunca duerme. Siempre está listo para atendernos. Como la literatura de Borges.


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