top of page

LA POLÍTICA, NO LOS POLÍTICOS

Los medios, siempre parte interesada, hablan de los políticos como si de vedettes se tratara: los hay buenos y los hay malos. Pero olvidan, o acaso omiten, meterse en el barro de la política. Allí donde verdaderamente deberían darse los debates.

Pasaron ya varios siglos desde que Maquiavelo, con fundamento republicano, escindió la ética de la política. Desde entonces ya empezaba a quedar claro que cada una (ética y política), recorrían carriles separados. Estudiar, por ejemplo, a Napoleón Bonaparte, preguntándonos que intenciones habrá tenido o si lo que hizo fue de mal o buen tipo no es correcto. La política no se analiza desde ese lugar. La honestidad o corrupción de Napoleón corresponde a otro orden de análisis, al de lo privado, por donde no transita la historia. El hecho político es lo único que hay, lo único relevante para juzgar en política. Todo análisis que se precie de político pero indague sobre, por ejemplo, los bienes y la riqueza que obtuvo, los móviles de sus acciones, la cantidad de mujeres que desposó o la forma en la que trataba a sus soldados es un análisis ético, legitimo, pero no político.

Así como a un científico se lo juzga desde la ciencia, a un político se lo juzga desde la política. ¿Qué pasa si pensamos, por ejemplo, a don Arturo Illia desde esa lógica? Una excelente persona, con principios morales claros, admirables, pero que en el terreno de la política careció de capacidad de construir poder, de estrategia para incidir en la correlación de fuerzas. Si la historia guarda para Illia un buen lugar, no es porque era una buena persona, sino porque supo hacer salir la Ley de Medicamentos o mantener el Salario mínimo, vital y móvil. Y si no le guarda un gran lugar, es porque no quito la proscripción del peronismo o no tuvo la capacidad de erigir poder político. Si era una buena o mala persona no importa para la historia, porque no es relevante para la política.


Del mismo modo, la historia reserva un lugar en el podio de los más despreciables para Carlos Menem no porque fue el más corrupto (eso es, quizás, una importante, nota al pie), sino porque desmanteló el aparato productivo nacional, extranjerizó el Estado y vendió el país.


La corrupción es un mal, y es necesario erradicarla de cuajo: culturalmente e indagando en una verdadera ética pública. Incluso hay que denunciar a la mala gente. La búsqueda de la política que emprendemos es, de alguna manera, como lo expresó José Pablo Feinmann, la de la victoria de las buenas personas. Pero es clave diferenciar lo importante de lo determinante: cuando se habla de política, la corrupción es importante pero lo determinante pasa por la política misma. ¿Acaso importa saber si Videla era un tipo generoso o qué fue lo que lo impulsó a ser un genocida? Del mismo modo que tampoco importa saber qué impulso a Raúl Alfonsín a crear la CONADEP. Sino que lo relevante es el hecho en sí mismo. En el primer caso, que fue un genocida, y en el segundo, la CONADEP en sí misma por lo que significa para la democracia y los derechos humanos.


Atravesamos una era signada por los medios de comunicación, y una época en la que pesan, y mucho, los intereses de los grandes monopolios mediáticos. Los medios, siempre parte interesada, hablan de los políticos como si de vedettes se tratara: los hay buenos y los hay malos. Pero olvidan, o acaso omiten, meterse en el barro de la política, allí donde verdaderamente deberían darse los debates. Y agitan lo que se ha convertido en una demanda mesiánica: se aguarda por el arribo de un político impoluto que no despierte conflictos y no tenga amigos turbios ni acuerdos con nadie sospechado de serlo. Pero los mesías no vendrán y sólo seguirán apareciendo falsos profetas. Porque la política como ámbito de choque de diversos intereses, como correlación de fuerzas, es barro. Y hasta el más intachable de los hombres para trazar el bien común donde se yuxtapone un interés particular tiene que construir poder, y para eso, a veces, le pese a quien le pese, tiene que bancarse al lado, al menos por un tiempo, a alguno de los malos. Esto no quiere decir que el fin justifique los medios: Maquiavelo bien se ocupó de aclarar que hay medios que pueden proporcionar poder, pero no la gloria.


No se trata de justificar a nadie ni de retrotraerse a la vieja zoncera del roba pero hace. Sino de expresar que si las nuevas generaciones queremos reivindicar la política, tenemos que hablar de política.


Y dejar de hablar de los políticos.

Entradas recientes
Entradas destacadas
Archivo
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Grey Instagram Icon
logoparablog.png
bottom of page