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PÓLVORA Y ACEITE HIRVIENDO

Ambroise Paré fue una de las mayores autoridades médicas del Renacimiento. Había empezado como barbero, pero lo cautivó la cirugía, una especialidad que no aprendió en los libros sino practicando.

Ambroise Paré (1510-1590), fue el más grande cirujano del Renacimiento, famoso en toda Europa. Humanista esencial, no sabía ni latín ni griego, y se formó a través de la observación y no de los textos. Primero, como barbero-cirujano al lado de su hermano Jean, hasta que viajó a París, abandonó los cortes de pelo, se sumergió en la cirugía y se las arregló para engancharse como cirujano militar en los ejércitos franceses, en guerra permanente, donde estuvo treinta años.


Ya viejo, dejó un detallado recuento de sus viajes en los que no sólo habla sobre cirugía, sino sobre las plagas y otras enfermedades, sobre obstetricia y sobre el delirio de los médicos que aplicaban remedios como polvo de momia y cuerno de unicornio molido.

Paré empezó a tratar a los heridos como se solía hacer en esos tiempos, en los que había surgido la extraña idea de que la pólvora era un veneno y que se quemaban las heridas con aceite hirviendo, cosa que hizo hasta que se le terminó su provisión de aceite y se vio obligado a aplicar a los restantes un ungüento de huevo y aceite de rosas con resina. “Esa noche no pude dormir –cuenta- temiendo que a la mañana iba a encontrar a esos pacientes muertos, pero para mi gran sorpresa encontré que los que habían sido tratados con ungüento casi no sentían dolor, mientras que los que habían sido tratados con aceite hirviendo tenían fiebre, un agudo dolor y sangraban por sus heridas. Así descubrí que la pólvora no era un veneno, y resolví no tratar nunca más cruelmente con aceite hirviendo a los heridos por armas de fuego. Así es como aprendí a tratar ese tipo de heridas, no de los libros.” ¿Qué tal?


Al terminar la guerra con Alemania, escribe: “Regresé a París con un caballero cuya pierna había cortado, que me dijo que la había sacado barata, al no ser detenida la hemorragia mediante un hierro candente”. Y describe de qué manera las ligaduras de las venas o arterias suplantaban al cauterio, el hierro candente para detener las hemorragias en las amputaciones. Es increíble, pero todavía en el siglo XIX se utilizaban las quemaduras con hierros al rojo vivo para desinfectar las heridas. Antes de Pasteur, la mordedura de un perro rabioso se “curaba” aplicando hierro al rojo vivo sobre la herida. Uno se alegra de vivir, medicamente hablando, en el siglo XXI.


Después de 1559, dejó las campañas y se estableció en París, donde tuvo algunos problemas, como cuando Francisco II, el sucesor de Enrique II, murió de una enfermedad del oído, y Paré fue acusado de verter en ese oído un veneno por orden de la reina madre. Se cuenta que el día de la terrible matanza de San Bartolomé, el 22 de Agosto de 1572, cuando todos los protestantes que pudieron ser encontrados fueron pasados a cuchillo por los católicos, el propio monarca, entonces Carlos IX, le dio refugio en sus aposentos privados, ya que se lo creía hugonote (protestante). Aunque creía en los espíritus maléficos, en el poder curativo de los santos y en las influencias astrológicas, mejoró el tratamiento de diversas enfermedades, inventó numerosos aparatos de uso médico y se preocupó de la atención de los enfermos por gente especializada.


Quizá sea cierto que fue uno de los más grandes cirujanos de la historia, en esas épocas de medicina salvaje. Pero haya sido grande o no, sólo podía operar con las herramientas de la época (que no incluían la anestesia). Nuevamente, me congratulo de vivir médicamente en el siglo XXI. Y supongo que ustedes también.

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